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Quizás por ello el eje de la Quinta de Roriz pueda situarse en la Capilla alrededor de la cual se hallan casa, bodega, cipreses y viñas, casi una pequeña aldea en un microcosmos vínico ubicado sobre una especie de llano en el centro de la Quinta, una propiedad en la margen izquierda del tal vez más famoso río portugués.

Con una historia que se remonta al siglo XVIII, la Quinta de Roriz es una de las más longevas y prestigiosas propiedades del Douro y una de las primeras en embotellar vinos de Oporto con el nombre de la Quinta y exportar Oportos Single Quintas, cotizadísimos en el Londres del siglo XIX.

Pero además de por sus prestigiosos vinos de Oporto, la Quinta se ganó otro lugar en la historia porque fue allí donde un Van Zeller plantó por primera vez la variedad tempranillo en Portugal, dando nombre portugués a esta variedad porque cada vez que alguien se refería a las cepas sacadas de la Quinta para plantarse en otro lugar se referían a ellas como las de la Quinta de Roriz.

Fueron los Van Zeller quienes estuvieron a cargo de la propiedad por mucho tiempo, vendiendo también uva a otros proyectos de vino de la región. Así, comprando uva, fue cómo los Symington entablaron contacto con la Quinta, en la que por un buen tiempo colaboraron con los Van Zeller, hasta determinar comprar marca y Quinta a éstos para tomar posesión total de los dominios de Roriz.

Antes de que eso sucediese, ya desde finales del 1990 los Symington coqueteaban con la idea de crear un vino icónico del Douro, vino de mesa, no fortificado de Oporto. En aquel entonces, en esta región las mejores uvas se destinaban a los vinos de Oporto y era con las sobrantes que se elaboraban los vinos de mesa. ¿Por qué no poder hacer también vinos tranquilos con las mejores uvas a partir de viñas con clasificación A, la más alta calificación cualitativa que se otorga para la elaboración de vino en el Douro, y más con la tentación que ofrecía una Quinta, como la de Roriz, que podía presumir de que todas sus viñas tuvieran esa sobresaliente clasificación?

Para crear ese vino de referencia en el Douro habían encontrado un socio perfecto en la familia bordelesa Prats, con la que mantenían una relación forjada en Primum Familiae Vini (PMV), una agrupación de postín que agrupa a un muy exclusivo grupo familias del vino europeo involucradas en proyectos con altísima reputación y valores compartidos.

Los Prats eran entonces dueños del célebre Cos d’Estournel bordelés, tras cuya venta salieron de PMV, pero manteniendo un interés en proyectos de vino, de ahí que los Symington les propusieran hacer un proyecto conjunto en el Douro que tan bien ellos conocían. Y para forjarlo, la Quinta de Roriz se presentaba como un lugar más que idóneo. Por eso, en 2009 ambas familias adquirieron la Quinta para convertirla en la casa madre de Prats + Symington, ese nuevo proyecto de vinos del Douro de alto standing.

De izquierda a derecha, Pedro Correia, Bruno Prats, Charles Symington y Miguel Bessa

Prats & Symington: un asunto de familias

 

Oriundos de Escocia y con fuertes raíces también en Inglaterra y Portugal, los Symington se han desenvuelto por el territorio del Douro desde fines del siglo XIX y hoy día son probablemente los mayores propietarios de viña en la región. Los Prats llevan también varias generaciones vinculados al vino francés, principalmente el de Burdeos, aunque actualmente tienen también proyectos de vino en otros países.

Parecería entonces que, con suelos y variedades de uva distintas, pocas similitudes habría entre Douro y Burdeos, pero la realidad es que, además de compartir ríos como ejes de trabajo y los valores que unieron a ambas familias en PFV, hay un hilván atlántico entre ambos territorios, porque parte del Douro no deja tener alguna influencia atlántica, además de no pocos profesionales que adquirieron en Burdeos sus conocimientos en enología y ambas familias compartir filosofías de excelencia en la elaboración.

Y para esa meta de oro de vino embotellado escogieron el nombre Chryseia, un vocablo antiguo que significa dorado, como el aúreo color que ocasionalmente cobran también las aguas del río Douro, y que hace honor a su nombre como río reluciente

Capilla en Quinta de Roriz, donde la bodega original  databa de 1764

 de un oro de vid y de vino.

A la Quinta la adquirieron en 2009, pero el proyecto Chryseia había echado a andar casi una década antes cuando para el 1999 hicieron los primeros experimentos y en 2000 salió al mercado la cosecha fundacional. Para ese entonces las quintas más importantes del Douro comenzaban también a elaborar vinos tranquilos, lo que creaba un futuro auspicioso para los vinos de mesa de la región.

En el proceso de constituir su proyecto Chryseia, Prats & Symington compró la Quinta da Perdiz, una propiedad de unas 23 hectáreas en el valle del río Torto con un microclima diverso, más caliente, lo que ayuda a la maduración de las uvas y sedosidad de los vinos. Cuando los Symington terminaron su contrato con los Van Zeller propusieron a los Prats comprar la Quinta de Roriz y la marca, haciéndose con la propiedad en 2009, para convertirla en el eje del proyecto Chryseia, cuyo nombre en letras gigantescas ejerce de rótulo de la Quinta cuando se divisa desde la altura. Esto también conllevó tener bodega propia para el proyecto, que antes de la adquisición se elaboraba en la Quinta do Sol, una propiedad del grupo Symington, representando la adquisición y la nueva bodega un momento de autonomía para el proyecto.

Con uva de las mejores viñas del Douro en perfecta rima de “izes” de quintas y una vinificación a la bordelesa, Chryseia se irguió como un nuevo estilo de tinto duriense que fundía las tradiciones elaboradoras de Burdeos y Portugal. Potencia con elegancia, equilibrio con profundidad y finura definieron a esta referencia que tardó muy poco en ganar loas de la crítica e incluso convertirse en el primer vino no fortificado de Portugal en aparecer en el ránking de los 100 mejores vinos de Wine Spectator, alcanzando su añada 2011 el tercer puesto en la lista, todo un hito en los vinos lusos y del Douro.

Al igual que la manera en cómo se accede de lo alto a lo bajo a los dominios de la Quinta de Roriz, el proyecto de Prats & Symington empezó con lo top, con Chryseia, pero en 2002, cuando sintieron que ese rótulo no alcanzaba el potencial de guarda que ellos le exigían, determinaron crear el Post Scriptum de Chryseia, un vino que se ha convertido en uno de los mejores referentes de calidad precio-placer del mercado.

Junto con estas dos referencias, el proyecto de Prats & Symington determinó mantener otros vinos que se elaboraban en la Quinta, el Prazo de Roriz y el Quinta de Roriz Oporto Vintage, elaborando este último únicamente en añadas excepcionales.

Un anfiteatro de vides

 

Las viñas abrazan la Quinta de Roriz, rodeada por una especie de anfiteatro verde con hileras verticales donde la pizarra domina los suelos y hay, además, resquicios de estaño y pizarra de unas viejas minas, lo que confiere una mineralidad singular a los vinos. Son suelos muy pobres, con la roca madre en la superficie.

Todas las hileras de vid parecen desembocar en complejo bodeguero, ubicado en la margen izquierda del río, y miran casi en su totalidad cara norte, lo que no les expone tanto a la intensidad del sol, aportando así frescura al vino. Es casi la mitad de viña de las casi 100 que tiene la Quinta, que se desliza entre los 80 y 450 metros de altitud. La viña se conduce primordialmente con viña vertical, lo que le da un aire muy francés, lejos del estrépito de otras formas de conducción empleadas en el Douro. Hay también algunos patamares con espalderas, pocos bancales, pero mucha cobertura vegetal.

Los primeros años del proyecto fueron para los responsables un período de descubrimiento, para descifrar cuáles de las variedades de uva plantadas en la Quinta funcionaban mejor con el perfil del proyecto Chryseia y así rejuvenecer la viña. Había Touriga Nacional, Touriga Francesa y algo de Tinta Roriz, Sousão, Tinta Barroca, Tinta da Barca, Tinta Cão e incluso Tinta Francisca, ya que fue en la Quinta de Roriz donde primero se plantó esta última variedad en el Douro, aunque ya no esté entre las que se usan porque no encaja en el perfil del vino, que se ha concentrado en la Touriga Nacional y la Touriga Francesa. Quince son los años mínimos que las cepas de Touriga Nacional deben de tener para incorporar sus uvas al vino y 20 los que tienen que tener las de Touriga Francesa. Esto es posible a la visión a largo plazo como empresa familiar y no exime que se preserven viñas con field blends, como es típico en las viñas viejas del Douro, con unos 85 años de edad.

La experiencia de dos siglos que los Symington tienen del Douro ayuda al proyecto a estar mejor preparado ante el cambio climático, con el que se atestiguan adelantos de todo el ciclo vegetativo y el impacto que las subidas de temperatura tienen en las cepas, con la Touriga Francesa tolerándolo peor y la Tinto Cão, mejor. Quinta de Roriz tiene riego en unas 14 hectáreas de vid.

Pero no sólo de las uvas de Roriz vive el proyecto franco-duriense, sino que también hay unas 23 hectáreas en la Quinta da Perdiz, también propiedad del proyecto, y la vecina Vila Velha, un viñedo propiedad de unos de los miembros de la familia Symington.

Por la marcada inclinación de sus viñedos, la viña de ambas quintas se conduce en patamares que, si bien son difíciles y costosos de cultivar, contribuyen a vinos balanceados ya que retienen agua para las viñas, permitiendo que cualquier exceso hídrico discurra sin dañar los viñedos y minimizando posible erosión y derrumbes en la viña.

La bodega maneja el viñedo según las políticas del protocolo de producción integrada, una certificación que confirma la mínima intervención en viña, lo que también ayuda a propiciar la biodiversidad y mantener un ecosistema más equilibrado. Para contribuir a esa diversidad todas las viñas nuevas plantan cepas reproducidas por selección masal e injertadas en el terreno sobre pies adaptados a las condiciones de sequía y calor de la zona.

Miguel Bessa

La viña del Douro es muy heterogénea y en diferentes bloques hay distintos vigores lo que obliga a pasar más de una vez por las parcelas a la hora de vendimiar según el vigor, que condiciona el momento de la maduración. De ahí que la mayor preocupación sea el respeto por las uvas en la vendimia. Según el vigor se pasa dos veces en cada parcela al momento de vendimiar, cosechando las parcelas menos vigorosas como las primeras, y las más vigorosas para una segunda tanda, con el respeto de las uvas como máxima preocupación. Para asegurar que cada variedad se coseche en su momento óptimo, la bodega se alejó de los tradicionales field blends para apostar por bloques de viña-variedad de uva, que ayuda a contrarrestar la situación al vendimiar.

 

La bodega y sus vinos

 

La filosofía de trabajo en Chryseia es simple y bordelesa, pero adaptada al Douro, buscando crear unos vinos con balance, finura y elegancia. Un equipo integrado por la bandera francesa de Bruno Prats, y la portuguesa de Charles Symington con el apoyo de Miguel Bessa, encargado de enología y viticultura en Quinta de Roriz, y Pedro Correia, jefe de enología para vinos tranquilos de la casa Symington, ensamblan la cara humana de este proyecto. Aunque Prats reside en Suiza, visita al Douro con frecuencia, especialmente en vendimia, para monitorear de forma milimétrica lo que sucede en el proyecto, donde toda decisión pasa por su aprobación.

“Es muy fácil trabajar con Bruno Prats”, dice Bessa, un joven, pero experimentado profesional del vino portugués.

De hablar pausado, pero prolijo en detalles sobre un proyecto que conoce exhaustivamente, Messa pasa revista por la coqueta bodega de Quinta de Roriz estrenada con la vendimia 2021, fundiendo piedra y roble, mientras explica cómo se engrana el reloj de uva y vino durante vendimia. La bodega es más bien de dimensiones comedidas, pero con una organización impecable para elaborar tanto vino de mesa como fortificado, y una escalera central que marca de manera simétrica la sala de barricas.

Hay cuartos refrigerados para refrescar la uva que llega de la viña, que antes de fermentar se somete en el nivel superior de la bodega a un riguroso doble proceso de selección, antes de despalillar los racimos en una sofisticada despalilladora que sólo separa del raspón las bayas de impecable calidad. Las bayas descartadas se vuelven a repasar usando una cuchilla horizontal de aire comprimido para eliminar cualquier material indeseable que pudiera haber quedado antes de comenzar su fermentación alcohólica. El objetivo de esa escrupulosa doble selección es eliminar cualquier baya que no aporte a la sensación de frescura que se busca en los vinos.

Se vinifica por variedad y las uvas se someten durante unos tres días a maceración pre-fermentativa antes de entrar de lleno en una fermentación alcohólica que va in crescendo, concluida la cual el vino se somete a una maceración post fermentativa por unas dos a tres semanas. Un plan bien trazado, pero también condimentado con instinto, pues todo se trabaja según vaya viéndose el resultado del quehacer.

La fermentación alcohólica se realiza en depósitos de acero inoxidable con forma cónica invertida para crear una mayor superficie entre el mosto y el hollejo. La maloláctica se realiza en depósitos de acero inoxidable o barricas de madera e inmediatamente completada el vino se pasa a barrica francesa de 400 litros para que comience a oxigenarse con la mayor celeridad posible y con esa mayor dimensión dosifique el aporte de la madera para que lo que resalte sea la finura aromática. La filosofía es bordelesa, pero aplicada a las necesidades del Douro, que tiene otras en lo que a oxigenación se trata.

En esas barricas reposa por entre 12 y 14 meses en un proceso que se desglosa en 25 lotes separados que se prueban de manera individual para determinar la “receta” de cada Chryseia que, de año en año puede variar las proporciones de sus uvas. Si las barricas en que envejece Chryseia son nuevas, el Post Scriptum y una tercera etiqueta, Prazo de Roriz envejecen en las barricas anteriormente usadas en el vino top de la bodega.

En el despacho acristalado con vista a la viña de los enólogos desfilan de menor a mayor los vinos para la cata. El Prazo de Roriz utiliza las variedades de uva que se descartan para las otras dos referencias y es muy cuidadosa con la extracción. La añada 2022 fue muy seca y caliente en el Douro, que, a pesar de ello y gracias a la adaptación de las uvas al territorio por largo tiempo, regaló uvas de muy buena calidad, aunque en menor volumen ya que se perdió uva por la deshidratación. Muestra de ello es Prazo de Roriz de esta añada, muy fresco, floral y exudando mucha fruta roja, casi un tutti frutti. Con un 13.5% de alcohol se percibe ligero en boca, donde termina con un final tostado que contrarresta un poco la marcada fruta inicial. Es un vino listo para beber, pero que crecerá con el paso del tiempo. Su contraparte de 2021 se mostró muy jugoso, con recuerdos a grosella, suculento y untuoso en el paladar

Caliente, pero no tanto como la de 2022 fue la añada 2023, la del Post Scriptum, también lleno de fruta fresca, roja, cereza, manzana roja, alguna nota especiada a nuez moscada y una pizca de tostados en el retrogusto. Fue también un vino de fácil trago, redondo, cuerpo ligero y taninos redondos que se elabora de Touriga Nacional y Touriga Francesa, aunque en los últimos años ha visto también añadido algo de Tinta Barroca y Tinta Roriz. Un vino limpio y con textura sedosa, siendo la textura uno de los ingredientes que busca el proyecto Prats & Symington.

El culmen de los vinos del Douro en Roriz es Chryseia, un ensamblaje de 75% Touriga Nacional y 25% Touriga Francesa en su mayor expresión de finura. Es un vino con un sólido esqueleto frutal, con recuerdos a fresas, grosella, fruta escarchada, condimentado con algún tono balsámico, recuerdos a jara y un final tostado en nariz, que en boca tiene un pase aterciopelado e impresiona por lo listo que está para beberse a pesar de su relativa juventud. Por supuesto, un tinto también por crecer tras su paso de 15 meses por barricas de roble francés de 400 litros. Los vinos son veganos, pero sin certificar.

En Quinta de Roriz se continúa elaborando un Vintage Port para seguir la tradición que dio fama a la Quinta siglos ha. El Quinta de Roriz Vintage Port 2003, una añada con declaración Vintage clásica en los vinos de Oporto, también destacó por su frescura, al punto que le hizo sentirse como una fuente de la juventud, a pesar de que sus abundantes matices frutales ya pintaran notas más maduras, con reminiscencias a pasa y ciruela y tonos tostados, en un vino perfecto para acompaña una buena carne.

En su afán de ser íntima, pero puntera y de cara al futuro, la Quinta de Roriz ha hecho diversas reformas a sus estructuras, pero también ha emprendido diversas prácticas sustentables, como captar agua del río y utilizar energías renovables para generar electricidad. No son aún autónomos porque además de ser sostenibles también se sienten obligados a cuidar del paisaje, y buscan la manera de que las placas solares no desentonen en el paisaje de la viña, un reto al que ahora mismo hacen frente. El proyecto se siente muy ligado a la región, pero también es consciente de que el Douro no sólo es fuente de negocio, sino también un lugar habitable y Patrimonio de la Humanidad que tiene que continuar reluciendo con el brillo del oro que inspiró el nombre Chryseia.

 

19 de abril de 2025. Todos los derechos reservados ©

 

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No hay raíles pero pasa el tren. Y desde los vagones que ruedan por la otra orilla se divisa perfectamente la estructura blanca como mota de algodón entre el verde en pendiente de las viñas y las letras del tiempo que marca a una de las quintas más históricas del Douro portugués.

Contrario a otras quintas a las que se accede desde la vera del río, a Roriz se llega más bien descendiendo por un enjambre de curvas como las que delinean el paso del cuerpo fluvial y caminos sin pavimentar que, a cada giro en el paisaje, van abriendo un libro de secretos en el que cada página es una estampa de color del territorio con almendros cuajados de frutos y flores, y una ruta pródiga en frutos naranja pintada a sus veras. Un sendero sinuoso que parece llevar al fin del mundo y que, si hoy casi no es posible recorrer sin GPS, no hay sino que imaginar cómo sería antaño de remota.

Por eso, llegar a la Quinta de Roriz y entrar a una calzada mejor pavimentada es casi como reencontrarse con la civilización, pero también con las vistas imponentes del paisaje del río que permanecían ocultas en ese tránsito desde arriba. Y, a medida que se va descendiendo hasta el corazón de la Quinta, el Douro también va acercándose para contar una historia de amor centenaria entre el hombre y la naturaleza.

Postales del Douro

Quinta de Roriz: donde Francia y Portugal convergen en Chryseia

 

Texto: Rosa María González Lamas. Fotos: Viajes & Vinos y Chryseia ©