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¿O debería de ser la familia de damas de los vinos de Gil? Como quiera que se mire, es buen ejemplo de que el día o el mes de la mujer dura o debería dudar todo el año y de que en el mundo del vino, la astucia femenina entre viñas y barricas se hace cada vez más prominente, por lo que no es de extrañar que algunos grupos de vino no sólo apuesten por su talento y saber hacer para dar forma a sus botellas, sino que también ese encanto que aportan las manos femeninas se embarque por el mundo a divulgar los secretos de su trabajo como una invitación irrechazable a sumergirse en sus copas.

Aunque en el pasado otros grupos de damas del vino ya han ido por el mundo con el altavoz de sus uvas y territorios, es la primera vez que un grupo femenino integrado por cinco enólogas visita Puerto Rico para hablar al unísono de uno de los proyectos de vinos más extendidos por toda España: Gil Family Estates.

Decir Gil es trasladarse a Jumilla, un área de transición en el Sureste de España entre el Mar Mediterráneo y la meseta manchega, con amplios valles y planicies rodeadas de montañas entre Albacete y Murcia, lo que hace a la DO Jumilla una de pocas denominaciones de origen españolas que se extiende por la geografía de más de una comunidad autónoma.

Jumilla se destaca por su patrimonio de cepas muy viejas y suelos calizos, un clima de extremos, frío en invierno, y poca pluviometría. Pero quizás la enseña más destacada del territorio es la Monastrell, su tinta estrella autóctona, una variedad de racimos compactos, maduración tardía, y pulpa sin color, lo que requiere buen trabajo con la maceración de los hollejos. Menos conocido, pero también muy importante en Jumilla, es el cultivo ecológico, que supone prácticamente el total de la producción gracias al clima continental con influencia mediterránea, escasas precipitaciones que apenas alcanzan los 300 mm al año y las más de 3,000 horas de sol que propician una escasa incidencia de plagas y enfermedades, que favorece ese tipo de cultivo.

En Jumilla comenzaron los Gil sus proyectos de vino allá por 1916, cuando nació su primera bodega y una empresa vitivinícola que ya va por su cuarta generación. Querían elaborar vinos que rescataran la tradición de excelencia de los jumillanos como vinos grandes, que ya para entonces utlizaban cepas viejas y se destinaban principalmente a exportación. Poco a poco, ese negocio netamente familiar fue expandiendo su presencia de su Jumilla natal a otras zonas de España, siempre persiguiendo aquellos lugares muy marcados por la expresión de las principales variedades autóctonas de uva de la Península, muchas de ellas, cepas muy viejas asentadas en territorios donde el impacto de la filoxera fue menor.

Hoy día son 12 proyectos de vino en diez denominaciones de origen españolas, cinco de las cuales se recorrieron durante el encuentro de vinos y damas celebrado en La Bodega de Méndez, distribuidor de los vinos de Gil Family Estates en Puerto Rico.

Un paseo en tinto y blanco por los dominios de Gil

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Diez copas sobre la mesa reluciendo en granate fueron revelando su contenido de la mano de cinco enólogas de Gil Family Estates, quienes, en pares de vino, fueron realizando un recorrido cronológico de la expansión de los proyectos del grupo de la mano de las etiquetas más premium de cada uno de los cinco proyectos escogidos para la cata y un guiño a la concentración y textura en boca como denominadores comunes de esa decena.

La jovencísima Ana Belén Simón Egea es la responsable del proyecto de más larga trayectoria, Bodegas Juan Gil, el origen de todo, en Jumilla. En este proyecto fundacional la Monastrell sigue siendo estrella, pero no en solitario, ya que la bodega también apuesta por la Syrah y la Cabernet Sauvignon.

La filosofía de la bodega es realizar fermentación maloláctica en barrica y una crianza en madera posterior, que ha ido aumentando la dimensión de los recipientes para moderar el aporte de la madera al vino y de este modo destacar la expresión frutal.

En la bodega madre se elaboran varias etiquetas como el Juan Gil, Albacea, Juan Gil Silver y Juan Gil Blue Label, siendo estas últimas dos las referentes de la cata encabezada por su enóloga.

Un monovarietal de Monastrell de cepas viejas de pequeña producción, el Juan Gil Silver Label de la añada 2021 fue un vino más maduro, equilibrado y goloso con bastante presencia frutal, pero ya percibiéndose cierta evolución que sazonan algunos recuerdos balsámicos y tonos especiados. El vino realizó una maceración-fermentación en depósitos de acero inoxidable a una temperatura controlada. Tras su fermentación maloláctica y un paso por madera francesa y americana que varía dependiendo de las características de las añadas, permaneció en depósitos de acero inoxidable hasta su embotellado.

Contraparte de color, El Juan Gil Blue Label 2022 ensambló 85% Monastrell de viñedos muy viejos con un condimento de Syrah y Cabernet Sauvignon plantadas a 700 metros de altitud que, tras convertirse en vino, pasaron 18 meses en una selección de barricas de roble francés y americano para expresarse como un tinto más pulido, con buena carga frutal de bayas oscuras, tonos torrefactos, buen volumen en boca y un pase salino y especiado.

Elaborado principalmente con uvas de viñedos muy viejos de Monastrell, junto con Cabernet-Sauvignon y Syrah plantadas a unos 700 metros de altitud, se obtiene un vino muy concentrado, complejo y al mismo tiempo muy elegante tras su paso por una cuidada selección de barricas de roble francés y americano durante 18 meses.

Casi un siglo pasó antes de que la familia decidiera ampliar su presencia en Jumilla, algo que hizo en 2002 cuando fundó El Nido, una bodega que nació para desarrollar un proyecto que buscaba recuperar la mejor expresión autóctona de la Monastrell y las tradiciones elaboradoras de la región con vinos súper premium. Es un proyecto conjunto entre la familia Gil y el enólogo australiano Chris Ringland, buscando vinos concentrados y persistentes. La unión de los Gil y Ringland, conocido por su quehacer en Barossa Valley, fue un revulsivo en la zona de Jumilla con la introducción de vinos valorados con altísimas puntuaciones por el público y crítica internacional.

La altitud es clave en esta referencia que, no sólo busca escalar un nivel más alto en arquitectura vínica de los Gil en Jumilla, sino también en la altitud del territorio, viniendo de las Tierras Altas de Jumilla, con viñas con cepas de más de 70 años situadas a unos 700 a 850 metros de altitud, cara norte, sobre suelos pedregosos y calizos en clima extremo y con marcadas amplitudes térmicas entre el día y la noche, lo que crea condiciones favorables para el cultivo ecológico.

La Monastrell acapara el viñedo del El Nido con 32 hectáreas plantadas de cepas viejas, muchas casi centenarias y en pie franco, con muy bajos rendimientos, que se complementan con 12 hectáreas de Cabernet Sauvignon y casi dos de Syrah, estas dos últimas necesitando riego.

El proyecto busca mostrar que en Jumilla podían elaborarse vinos con gran potencial de envejecimiento y recuperar esa esencia de la Monastrell originaria de Jumilla, que se dejó un poco de lado con la entrada de España a la Comunidad Europea y la obligación de plantar cepas con pie americano por la filoxera, muchas de las cuales eran clones de Monastrelles oriundos de Francia y mal aclimatados al territorio de Jumilla, que llevó a una producción con aristas que le creó mala fama a muchos de los vinos de la región. De ahí que la bodega El Nido apostara por Monastrelles en pie francos, algunos con cepas de hasta 95 años, mientras que las Cabernet alcanzan los 45.

María Teresa Riquelme, enóloga de El Nido, explicó que los lotes de vino se trabajan por separado, haciéndose los ensamblajes únicamente tras la cata final.

Tres referencias se elaboran en esta bodega jumillana, Clio, El Nido y Corteo, este último un Syrah monovarietal. Clio y El Nido invierten sus porcentajes de uva entre las variedades plantadas.

El Nido fue el primer vino elaborado en esta bodega, un 70% Cabernet Sauvignon y restante Monastrell. Esto fue así porque Ringland tenía dudas sobre la capacidad de largo recorrido de la Monastrell, de ahí que pusiera el peso en la otra variedad. Su versión 2022 fue un tinto donde prevalecen las notas tostadas, conviviendo con recuerdos a fruta oscura, arándanos, algo de tabaco, notas yodadas y minerales terrosas, un ejemplar muy redondo, largo, pero que aún no ha alcanzado su cénit precisamente por ser un vino concebido como de larga guarda. La uva se “pisa” en lagares de acero inoxidable (modernizando el material de los lagares que se acostumbraba a utilizar a inicios del siglo XX), de los cuales pasa directamente a barricas, siempre nuevas, de roble francés y americano, utilizando el francés para la Cabernet Sauvignon y el americano para la Monastrell. En barricas realiza la maloláctica antes de pasar a pulirse en barrica por entre 22 y 26 meses. Los vinos se embotellan sin filtrar y son de limitada producción, unas cinco a siete mil botellas en El Nido, y unas 10 a 12 mil en Clio.

Por su parte, Clio 2022 se elaboró con 70% Monastrell y un restante Cabernet Sauvignon y nació precisamente para convencer a Ringland de que la Monastrell sí era apta para el envejecimiento. El vino fue muy goloso, con mucha fruta oscura y muy especiado, tonos balsámicos y tostados, bastante pulido en el paladar pero aún por crecer.

Siendo Jumilla una de región española muy afectada por el calentamiento global, la empresa ha estado trabajando en sus métodos de poda a fin de cambiar el ciclo de las vides, acortándolo para que la planta sufra menos debido al calor extremo. Además estudian como los métodos de conducción puede ayudar a las plantas, al igual que nuevas variedades que pudieran introducirse en la producción regional.

Salir de Jumilla

 

En 1977 falleció el padre de los actuales propietarios, quedando la solidez del grupo y la familia eslabonada con firmeza por la madre, matriarca que abrazó con unidad la generación de sus hijos y 26 nietos.

Si Honorio Vega fue el bautizo en botella que honró al abuelo de la actual generación de Gil, Rosario Vega es aquélla con que la actual honra a su madre, desde el proyecto que, con su nombre, crearon en Rioja.

Marta Apellániz es la custodia de viñas y bodega en Rioja Alavesa que apuesta íntegramente por la Tempranillo como variedad de trabajo. Fundada en 2016, un siglo tras el nacimiento de la primera bodega de la empresa, Rosario Vega, la bodega, ubica en Laguardia, donde tienen 25 hectáreas de viña en suelos pobres, arcilloso calcáreos y todo cepas en vaso. Algunos racimos de uva se despalillan y otras no en su ruta a convertirse en vino, tras lo cual envejecen en fudres de madera y envases de cerámica.

Los nombres vascos inspiran la nomenclatura de las referencias elaboradas en la bodega, un hilván entre generaciones que va del Biloba Vera, siendo “biloba” nieto en euskera, al Amona, abuela en esa lengua.

Éste, el Rosario Vega Amona Crianza en su añada 2020, trasladó a Rioja desde la nariz, exudando golosidad y frescura, con fruta de baya, algún tono cítrico, tonos de café instantáneo y sotobosque. Parte del vino es maceración carbónica, las uvas son parte despalilladas y otras racimos enteros. Pasó 12 meses en roble francés y otros 12 en botella. Por su parte, el Rosario Vega 2020, honrando a la matriarca del clan, pasó 12 meses en roble francés y y se mostró como un vino más austero en aromas y bastante pulido, aunque aún con algo de tanicidad. La bodega trabaja en otra referencia de vino que se etiquetará como “Viñedo Singular”.

Antes de llegar a Rioja los Gil pusieron un pie en Cataluña donde nacieron vinos de dos bodegas presentadas en el ejercicio de enología en clave femenina. La primera de ellas Can Blau, en la DO Montsant, un territorio fronterizo con la DOCa Priorat en la que los Gil también establecieron presencia en 2003.

María José Bajón es la encargada enológica de los Can Blau, el primer proyecto de la familia Gil fuera de Jumilla, en Montsant, donde hay mucha variabilidad de suelos, veranos largos y calurosos, con mucho sol y clima seco, además de Garnacha y la Cariñena (Mazuelo), que conviven con algunas variedades internacionales como la Merlot, la Syrah y Cabernet Sauvignon.

De ese proyecto, dos vinos. El primero Can Blau 2020, un ensamblaje de 50% Cariñena, 30% Syrah y 20% Garnacha, un vino bastante redondo, pero alcohólico, con aromas a cereza madura, frutas de baya oscuras, marcada nuez moscada, tonos de chocolate, tostados y final especiado. El vino envejece en barricas usadas predominantemente de roble francés. A dúo con éste el Mas de Can Blau, con 25% Cariñena, 35% Syrah y 30 Garnacha que resaltó más notas a fruta oscura y tostados. Un gran porcentaje de la viña con que se elaboran estos vinos es propia, y la bodega tiene un compromiso con la sostenibilidad utilizando baterías y paneles solares para generar su energía.

Sílvia Puig es la mano detrás de Llicorella Vins, quien a pesar de ser oriunda del Penedès, tiene una larga experiencia en la DOCa Priorat, donde ubica este proyecto sin estructura propia de bodega, que pronto sí tendrá una entre llicorellas, esas pizarras que caracterizan al suelo de esta denominación.

Allí hay cultivadas Garnacha Negra, Garnacha Peluda, Cariñena, todo de viña vieja de entre 60 y 105 años, amén de algun terreno con Syrah, Merlot, Cabernet Franc y Cabernet Sauvignon. De ellas salen tres referencias, Bluegray, Minairó y Clar del Bosc.

El Bluegray, como el color de mucha llicorella, persigue un sabor más fresco y versátil del Priorat. Su añada 2020 ensambló 40% Garnacha, 30% Cariñena, 20% Syrah y 10% Merlot con cada variedad vinificada y envejecida por separado en ánfora y barricas francesas de 500 a 600 litros, destapadas a la hora de fermentar, para buscar un contacto menos intenso con la madera. Un vino más hecho, suculento y mineral. Por su parte, el Clar del Bosc 2022 mostró expresiones de una fruta de baya madura con algunas hierbas mediterráneas, un fondo especiado, matices balsámicos y sutiles reminiscencias a aceite de oliva. Este tinto, muy untuoso en su pase por boca, ensambló 50% Cariñena, 35% y un restante 15% de Syrah y Cabernet Sauvignon que se fermentaron por separado en pequeñas cubas abiertas de acero inoxidable y una parte en barricas de roble francés de 500 litros. Los diferentes vinos fueron envejecidos por separado en barricas de roble francés de 600, 300 y 225 litros de capacidad durante 12 meses y finalmente se mezclaron para su embotellado.

Próximamente este proyecto sacará al mercado un vino de viñas viejas, una parte vides de 1938 y otra prefiloxérica.

Además de los tintos que presentó el quinteto de enólogas que visitó Puerto Rico, los participantes de la jornada prolija en buenos vinos pudieron degustar el Lagar da Condesa 2022, un 100% albariño de la DO Rías Baixas a donde la empresa llegó hace más de una década en su procura de los territorios más representativos para las mejores variedades ibéricas. Este es un blanco monovarietal que realiza su fermentación alcohólica a medias entre barricas de roble francés de 500 y 600 litros y depósitos de hormigón, tras lo cual reposa con sus lías otorgando al vino buen volumen en boca y, en el caso de esta añada, una deliciosa evolución donde conviven los tonos cítricos, alegres y frescos, con el humo mineral que muestra por qué los albariños de Rías Baixas se crecen con el tiempo. La bodega homónima elabora también otras dos referencias más desenfadadas, Kentia y O Fillo da Condesa, siendo, curiosamente, un varón, David Landín, el responsable de la enología de este proyecto de Gil Family Estates en un territorio donde la mujer tiene un enorme peso en la industria del vino.

 

12 de abril de 2025. Todos los derechos reservados ©

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La familia de vinos de las damas de Gil

 

Texto: Rosa María González Lamas. Fotos: Viajes & Vinos