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No se sabe en qué punta del río en Portugal comienza o acaba todo. Lo que se conoce con certeza es que los Nicolau de Almeida, una de las estirpes con más arte y prestigio entre hacedores de vino en el Douro portugués, comenzaron su andadura comercial en el mundo de vino en 1870 con la fundación de António Nicolau de Almeida Júnior & Irmão, una firma de exportación de vinos de Oporto.

Hubo un Nicolau de Almeida, el tatarabuelo, con talante más deportivo, y uno de los fundadores en 1893 del Futebol Clube de Porto, esos Super Dragões que paralizan la ciudad cada vez que hay partido.  Luego llegó un João, Director Técnico de la Casa Ferreira, y tras de él llegó su hijo Fernando y con él un antes y un después para el vino de Portugal.

Porque si hay un personaje influyente y visionario en la región ése es Fernando Nicolau de Almeida, hijo y padre de João, y abuelo de Mateus, João y Mafalda, quienes pudieron nutrirse no sólo de un genio del vino, sino también de un hombre renacentista en el siglo XX, con una imaginación desdoblada en la pintura, en el marketing y en la creatividad con mayúscula, que pudieron haberle convertido en personaje daliniano y cervantino por sus dotes literalmente quijotescas, con una ingenio fuera de lo habitual, capaz de idear maravillosos artificios con inteligencia natural y sin filtros.

No son molinos. Son gigantes. Y además con armadura. Porque aquello de que antes de que se entrara en la segunda mitad del siglo XX ya estuviera jugando a hacer tintos tranquilos del Douro, convencido del potencial de uvas y región cuando todos los demás solo hacían vino de Oporto, fue, además de una apuesta arriesgada y profética que terminó en la creación del gran vino de culto portugués, Barca Velha, algo con enorme valentía y valor. Hacerlo en el Douro Superior, en el extremo más oriental del Douro y sin los equipos de que disponían elaboradores en otros lugares y tiempos del mundo fue un ejercicio de verdadera intuición.

Pero además del genio del vino  ---un personaje fellinesco para un paisaje cinematográfico---, para João,  Fernando Nicolau de Almeida era también su abuelo, un hombre divertido, genuino y único que les inspiró a todos en sus particulares rutas por los senderos vitivinícolas.

Una dinastía de vino

 

Aparte de esas puntadas que unen el sendero de las uvas y el esquisto del suelo, en el Douro hay entretejida desde hace ya siglos una red familiar que ha creado un gran telar de hilvanes matrimoniales que han hecho que muchos de los grandes nombres del vino terminen siendo también familia y los Nicolau de Almeida no han sido excepción.

Enlazados por el vino como es habitual en el árbol genealógico de las bodegas del Douro, Fernando Nicolau de Almeida se casó con una sobrina nieta de Adriano Ramos Pinto, otro genio de la elaboración y el marketing del vino duriense. Del ensamblaje de las dos familias nació João, nieto de João y padre de João, quien también pintó su piel con tinta de vino y si su padre y su abuelo fueron las figuras máximas de la Casa Ferreirinha, él fue a la casa materna, Ramos Pinto, donde al igual que su padre hizo desde la suya, también revolucionó al vino portugués de su generación.

Para ello, lo primero. Una preparación formal en enología en Burdeos, algo bastante inusual en el Portugal de vinos de los años 1970. Lo demás fue una cascada de revoluciones que ayudaron a mejorar los vinos de la empresa y también el desarrollo vitivinícola de la región: definió las variedades de uva más aptas para los vinos del Douro, introdujo la vinha ao alto como sistema de conducción en la región permitiendo la mecanización de ciertas viñas, estudió y seleccionó los portainjertos, introdujo los vinos de mesa en la bodega, y se adentró en el estudio e implantanción de sistemas de riego, además de profundizar mucho en el territorio del Douro Superior.

Tanto y tan bien conoció esa subzona de clima más árido y caluroso, que cuando decidió dejar Ramos Pinto, fue precisamente allí donde determinó asentarse con la próxima generación de Nicolau de Almeidas, haciendo acopio para un proyecto de familia de viñas demarcadas por el cauce del río y el xisto sobre el que se erigen las cepas de vid del Douro. Y así nació la Quinta do Monte Xisto, una finca casi abandonada que João  ---el hijo de Fernando y padre de João--  y su familia adquirieron en 1993 y que estaría destinada a convertirse en el nuevo refugio familiar del vino, con la visión paternal, más que patriarcal, de João Ramos-Pinto Nicolau de Almeida, y la ejecución propia y la de su prole, especialmente la de Mateus, más enfocado en la viticultura, y la de João, más inclinado a la enología. Un ensamblaje de talentos tan sólido y exquisito como el de las variedades de uva en sus vinos, que hizo del tope de la Quinta un espacio tan refulgente como el brillo de la estrella que identifica al proyecto.

João Nicolau de Almeida

Armar el rompecabezas tardó más de una década en lo que fueron comprando a distintos propietarios, pero poco a poco fueron sumándose xistos, agrandándose hasta crear Monte Xisto, que en 2005 iniciaría la plantación de viña conjugando las perspectivas y el saber directo de dos generaciones, y dando vida a João Nicolau de Almeida e Filhos, padre e hijos, que adoptaron por símbolo una estrella, como la que identificó en sus orígenes decimonónicos a la empresa familiar. Un proyecto en el cual João, padre, conjugó su trabajo enológico con el de Director de Enología y CEO DE la Casa Ramos Pinto, hasta su retiro en 2017, año a partir del cual se dedicó íntegramente a este proyecto de vinos en familia.

Xisto. El xisto, o esquisto en español, es un conjunto de rocas muy laminadas que han ido formándose a lo largo de cientos de millones de años. Y para cimentarse con firmeza, el proyecto familiar no podía tener otro nombre de bautismo que el del suelo que da vida y esencia a vinos finísimos, con carácter duriense y reflejo de la diversidad del amplio territorio del Douro, con una elegancia sin parangón.

Mateus Nicolau de Almeida

En Monte Xisto

 

Desde la cima del Monte se divisa en pendientes el territorio de la viña a 180 grados a la redonda. A la izquierda viñas y río, a la derecha el hilo de agua en su ruta a España.  Es Vila Nova de Foz Côa, un lugar con prehistoria en la margen izquierda del río Douro, en esa parte más oriental donde menos llueve de toda la región. Pero además de ese clima árido que la caracteriza, en Foz Côa está la falla tectónica de Vilariça, que hace que el río serpentee y cambien su ruta este a oeste a una de sur a norte, jugando al escondite con el tema de las orientaciones solares y permitiendo que todas estén presentes en un espacio más reducido.  De este modo, además de las particularidades climáticas y topográficas del Douro Superior, esta geografía singular de Foz Côa, donde ubica Monte Xisto, ofrece una gran heterogeneidad de perfiles para el vino, dando un gran margen de maniobra al elaborador, según donde se cultiven sus uvas.

La viña se extiende por unas 10 hectáreas trabajadas en viñas verticales, ao alto, y alguna viña en vaso, todas contiguas, como los “estate wines”, donde tanto en monovarietal como en mezcla de campo se cultivan tintas como la Touriga Nacional, la Touriga Francesa, la Tinto Cão, la Tinta Francisca, la Tinta Roriz, la Tinta da Barca y la Sousão, y blancas como la Arinto, la Códega, la Viosinho y esa Rabigato que los elaboradores casi han convertido en su uva fetiche.

Las margaritas y el esquisto conviven en el paisaje confiriendo poder y finura a ese estuche de viña que es parte de una finca más grande de poco más de medio centenar de hectáreas, donde la gran biodiversidad del Douro deja bien clara su impronta con otros cultivos como el del olivar, los almendros, naranjos y árboles de enebro, entre otros, un paisaje tan rico y natural que inspira a retratarlo en el vino, de ahí que este proyecto opte por la agricultura biológica ---la más vieja bodega del Douro en tener así certificada esa opción de cultivo---  , con poca intervención y un gran manejo de las plantas a fin de mantener la expresión de la pureza de las uvas en su territorio, y el seguimiento de prácticas biodinámicas, muy contrario a lo que se hacía en épocas pretéritas cuando el objetivo era mecanizar el trabajo en viña y los herbicidas eran algo normal.

Guiada por los hijos, o los nietos, según como se mire, hoy hay una perfecta conjunción de tradición ancestral y conocimiento científico en el manejo de la uva en que la intuición y el saber multi generacional se enlaza con la ciencia, pero de otro modo.

Como un sistema solar, en el universo de los Nicolau de Almeida cada actor, además de artista, es un como un planeta que gira alrededor del sol, precisamente ese astro rey que tantas veces decide mirarse narciso en las aguas del río, haciéndolo relucir con pinceladas de oro que honran su nombre.

En Monte Xisto apenas comienza la ruta del vino. Porque allí hay viña, pero no bodega, y las uvas que se cultivan se fermentan en otras dos bodegas cercanas. Así, casi virgen, y contrario a lo que hace la mayoría, el vino recién hecho emprende, como antaño, ruta hacia la desembocadura del Douro para terminarse en Vila Nova de Gaia, donde se pule en un espacio con longevo pedigrí familiar.

“Gaia desde nuestro punto de vista forma parte del terroir del Douro. Por eso los vinos siempre han estado en Gaia, expuestos al norte, con gran humedad y proximidad al mar, lo que conjuga todas las condiciones perfectas para envejecer”, aclara João Nicolau de Almeida, hijo. Un lugar que en el siglo XIX era bastante rural y, de acuerdo al bodeguero, sigue siendo una puerta a la civilización muy importante para el contacto del consumidor con el vino. “Para el vino es un alivio llegar a Gaia”, afirma.

San Nicolau en Oporto

 

Columpiándose entre los extremos oriental y occidental del Douro, de las antípodas del interior al Atlántico costero se equilibran los vinos de la casa Nicolau de Almeida, cuyo hogar en Gaia data del siglo XIX y hoy está habitado por un reguerete ordenado de envases con la impronta vetusta de un muy antiguo almacén.

Toneles de Austria, fudres de Borgoña, pipas de madera, depósitos de hormigón y acero inoxidable de diversos tamaños y geometrías, cuadrados, ovalados, damajuanas de cristal o barricas de diversos usos son parte del ecléctico inventario casi apretujado de recipientes donde se pulen los vinos. Un minúsculo y pareciera casi rudimentario espacio de laboratorio donde se analiza la física y química en el proceso de maduración. Envasan entre 20 a 30 mil botellas  ---lo nuevo cuando se agota lo del año anterior--- que se almacenan por un día primero de pie, para que el corcho se estabilice, y transcurrido ese tiempo acostadas.

En ese enjambre se cuecen tres referencias de mesa y dos de vino de Oporto.

El primero Quinta do Monte Xisto Oriente, un ensamblaje también de contrastes con la delicada Tinta Francisca en convivencia con la Tinto Cão, una uva cuya piel gruesa le da buena resistencia al calor. Las uvas proceden de dos parcelas pequeñas con exposición al Levante, de ahí que el nombre sea literal, viñas en el extremo más oriental del proyecto y con un carácter fresco y ligero, y tonalidad más rubí. En su añada 2021 destacó, además de por su frescura, por su elegancia frutal a frutos rojos, complementada por notas florales a violeta y abundante jara, hierbas aromáticas, especiadas a clavo, balsámicas a enebro y eucalipto, minerales a grafito, con algún matiz tostado de fondo en un vino muy redondo que vinifica sus variedades al únisono, impronta de la casa. El vino fermentó con levaduras autóctonas en cubas de cemento, tras lo cual se trasladó a Occidente, es decir, Vila Nova de Gaia, donde más cerca del mar envejeció unos 18 meses en pipas de 600 litros.

El segundo, Monte Xisto Orbita, un 70% Touriga Nacional y un restante 30% de uvas mezcladas procedentes de parcelas con distintas exposiciones, como si fueran un sistema solar orbitando alrededor del sol.  que se elabora parcialmente en cemento usando levaduras autóctonas, y una vez convertido en vino viaja a Gaia, donde reposó 18 meses en depósito de cemento y pipas de 600 litros, reflejándose como un vino muy fino y con mucha fruta en su añada 2020.

Quinta do Monte Xisto, compartiendo nombre con el proyecto, es una especie de eje y el retrato de lo que la bodega entiende es un vino top clásico en Douro y, en este caso, elaborado con las uvas de las mejores parcelas de Monte Xisto, con distinta exposición para hallar equilibrio entre estructura, elegancia y frescura. En su añada 2020 fue un 60% Touriga Nacional, 35% Touriga Francesa y 5% Sousão procedentes de distintas viñas, que se elaboran en lagar donde se pisan a pie y con levaduras autóctonas fermentan juntas todas las variedades que luego ya con forma de vino se trasladan a la bodega en Vila Nova de Gaia donde envejecen durante 18 meses a dos años en pipas de 600 litros y toneles de dos mil.  Es un vino biológico, de cuerpo más ligero en su añada 2020, con muchos recuerdos a fruta roja, alguna nota a madera y especias, muy fresco y estilizado. En su añada del 2021 mantuvo un similar ensamblaje de variedades de uva, pero con un color más granate, más intenso, apareciendo en nariz tonos a café y mucha fruta de baya, como la frambuesa o el blueberry, y más notas especiadas. Un vino con más cuerpo, algo más tánico, con algún tostado en el retrogusto y siempre elegante, fino, y muy fresco.

Hay también un blanco, pero no del Douro, sino de la región de Vinho Verde, donde fieles a su estilo de diferenciación, elaboran el Casa de Ronfe, un 100% Trajadura (treixadura), un monovarietal más bien excepcional en ese territorio, que fermenta en barrica y tiene mucha estructura.

En el ramo fortificado algo muy singular, ya que los de Nicolau de Almeida son puro old-school, tan “old” como la frontera cuando ingleses y portugueses definieron un nuevo estilo para los vinos del Douro, y contrario a los portugueses, que los querían mantener más secos y sin tanto alcohol, prevaleció el paladar inglés, haciendo que los vinos de Oporto fuesen más fortificados y con algo de dulzor. En ese límite están los de la bodega, que lejos de tener un tono dulce son más bien secos, lo que transmite mejor la pureza de la región que les da vida.

El Porto Vintage 2021 fue una añada que en el Douro estuvo precedida por la muy lluviosa de 2020, y, en contraste, abundante calor, poca lluvia y temperaturas más estables en 2021. Es un vino dominado por la fruta, con una textura cremosa a mermelada y siempre con la fruta por delante. “A partir del 6to 7mo años los Porto Vintages entran en una fase diversa porque no son ni jóvenes ni está hechos por lo que se inicia un período en que hay que armarse de paciencia y dejarlos reposar. El perfil de este Ruby contrasta con el Porto Blanco, que también sigue la línea de levedad y seco, casi completando la fermentación alcohólica del vino antes de añadir el aguardiente. “Es lo más parecido a lo que era un vino del Douro, antes de fortificar”, explica João Nicolau de Almeida. Este Porto Blanco es puro meoloctón en nariz, pero con boca seca, casi como si se tratase de un vino tranquilo.

No es lo único que se hace a la antigua usanza, pues en Monte Xisto se trabaja el suelo igual que antaño en el Douro, cavando alrededor de las cepas tras la vendimia para que ese espacio se convierta en reservorio del agua de lluvia invernal, a fin de que la cepa tenga reservas hídricas para el año y nutrientes de las hojas que caen y, en ocasiones, también algunas plantas, rellenando lo cavado con tierra durante la primavera para proteger las cepas del calor en lo que resta del año.

La viña sigue siendo el pilar de los vinos de familia y por ello no cesan de buscar nuevas avenidas de trabajo viticultural. De ahí que hayan sido uno de un quinteto de instituciones participantes en PreVineGrape un premiado proyecto que ha buscado desarrollar un biofungicida eficiente y sin efectos adversos para dar una solución natural e innovadora a la industria vitivinícola y la elaboración de vinos sustentables, de mayor valor.  Algo alejado de épocas pasadas como en la era Fernando Nicolau de Almeida, cuando la relación viticultura y vinificación estaba muy separada.

Hoy hay de antes y de después, con una elaboración de vino que lo mismo recuerda a Dalí que a Murillo, pero siempre, como en Monte Xisto, al Douro.

 

28 de diciembre de 2024. Todos los derechos reservados ©

 

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Sobre la mesa el menú. Sencillo y auténticamente ibérico. Las botellas desparramadas, las copas entremezcladas con manjares y charla, y a lado y lado amigos que degustan y opinan con el Douro y el xisto por majestuosa pantalla.

Bebo y e-xisto, porque para existir los vinos de aquellas botellas primero tiene que existir el xisto que cincela los matices minerales que se reflejan con transparencia en la copa. E-xisto y luego bebo en el Monte Xisto, a pocos kilómetros de la frontera con España y en uno de los puntos más remotos del Douro Superior.  

“El Douro está aislado. Mi abuelo decía que ir al Douro era como ir a Africa”, relata João Nicolau de Almeida, sentado en las antípodas de aquella mesa casi fronteriza, y más bien ubicado en otra con un lienzo natural de Oporto pintado tras los ventanales de la bodega.

El Douro podría estar lejos, lejísimos, pero les encantaba desplazarse hasta allí. Se sentían libres gracias a la inmensidad del territorio y felices en una ruta que conocían de extremo a extremo, porque, por generaciones, los Nicolau de Almeida han ido para arriba y abajo del río y conocen bien sus entresijos y secretos, tanto en su ruta de desembocadura atlántica en Vila Nova de Gaia como el extremo de las viñas que rodean aquella mesa e inefable paisaje en el Douro Superior.

 

Postales del Douro :

En la órbita de Nicolau de Almeida

 

Texto: Rosa María González Lamas. Fotos: Viajes & Vinos (C) y Web Nicolau de Almeida.